jueves, agosto 17, 2006

La Parejita


John y Nora tienen como mil años de casados. La parejita vive en el asilo de ancianos, pero en piezas separadas. Nora es media sorda y tiene los pies medios chuecos, pero camina con un marco. John se puede levantar, pero usa la silla de ruedas, aunque para ir al baño prefiere caminar, aunque todo tiritón.

A veces me toca lavar y vestir a Nora y es un caso. Se queja entera y siempre pregunta “¿en qué te puedo ayudar?”, “¿me levanto?”, “¿terminamos?” cuando uno quiere que se quede callada, quieta y sentada. Una pelea tras otra. Más encima no escucha las indicaciones que le hago y siempre reclama que uso mucha agua, que está muy fría, que está muy caliente.

John está más cuerdo y al menos se le puede conversar. Recuerda detalles de uno como el nombre de mi calle, que soy de Chile, pero siempre se le olvida mi nombre, que de pasada es bien inglés. Pero no hay caso. Sin embargo siempre me da las gracias por cualquier cosa.

Él es muy coqueto con la enfermera de Trinidad y Tobago, y una vez cuando lo llevamos al baño (cosa que él pidió) a mitad de camino dijo “¿y a dónde vamos?”. La enfermera le dijo que al baño, como él había pedido. Él contestó “ah, qué pena, yo pensaba que íbamos a tener sexo”. Ya en el baño él dijo “no le vayas a contar a mi mujer, total hay tantos secretos que ella no sabe”. Eso me confirma que las personas no cambian. Pueden tener más años que el Conde Drácula y como dice el dicho, el tigre no cambia sus rayas.

Si alguien puede hacer cosas con un cuadradito de papel higiénico, esa es Nora. Nunca usa más de un cuadrado, ya sea para la opción uno o dos y para sonarse la nariz. Y no hay caso de que llegue a usar más ya que es una costumbre que le debe de haber quedado después de la Segunda Guerra Mundial. Lavarle las manos para ella es un derroche de agua. Y sus vestidos son, yo creo, que de la década del 50, en sus mejores años tal vez.

Cuando el hijo de ambos (un hombrecillo pequeño, con calva brillosa, anteojos y zapatillas blancas) viene, no hay mayor cambio. Se sientan los tres en el living (en los mismos sillones que la pareja usa día tras día) y duermen como gatos al lado de la estufa que está encendida incluso en verano. El hijo se queda mirando el aire. No hay conversación. No hay nada.

Y así me da la impresión que la pareja no tiene mucho en común. Y es que de nuevo, uno trata de imaginarse sus vidas anteriores, sus romances, bailes, etc. y no, no hay caso. Uno sólo ve dos personajes algo cómicos, salidos de alguna película de terror dormitando en el sillón. Parecen muñecos de cera, pálidos y sin hacer ningún movimiento. Cuando uno entra a la sala, el corazón se te para un segundo con temor de que ya no estén vivos.

jueves, agosto 10, 2006

Día Uno

No soy enfermera, nunca he trabajado en el área de la salud. Pero hoy es mi primer día como auxiliar de enfermera en el hogar de ancianos.

Llegué a las 8 de la mañana. Nos leyó el informe la encargada del turno de la noche anterior al equipo entrante. No entendí mucho, sólo recuerdo que un residente tiene diabetes y que en la noche se lo vomitó todo. Tienen que llamar al “Handyman” para que lave la alfombra. No pude retener más información en mi cabeza a esa hora.

Cuando todos se levantaron para empezar la jornada, yo no tenía uniforme. Me pasaron uno de color celeste claro que poco menos llegaba hasta el suelo. Todas usan uniforme celeste oscuro con cinturón. La enfermera usa uniforme azul. La gente de la cocina azul marino.

Se empieza el día llevando los desayunos. Las bandejas hay que recogerlas y cada una tiene un número correspondiente a la pieza. 26 piezas, pero no existe la habitación 13. Según lo que me dicen, nadie quiere ir a un asilo de ancianos y tener que vivir en la pieza 13, así que prefieren saltarse el número de la mala suerte.

Después de llevar desayunos, me encargaron a una auxiliar quien me mostraría la rutina. Justo en ese minuto, llega una escolar que viene a pasar una semana aquí. Esa es la política educacional, todos los estudiantes tienen que elegir un lugar de trabajo para que se hagan una idea de qué se trata. Algo relacionado con su vocación. A la escolar la encargan a otra auxiliar.

Partimos en la pieza 19. Margaret tiene Parkinson y tirita entera. Para los que están familiarizados con el Chavo del Ocho, parecía que tuviera una chiripiolca. Se le elige la ropa, se le trata de hablar de cualquier cosa, pero Margaret está desorientada. Es dócil y se deja vestir y lavar sin problemas. Pero se nota que está sufriendo. A cada rato pide su pastilla. Mi compañera le dice que a las 9 va a venir la enfermera con su dosis de la mañana.

Suena un timbre, bastante persistente. Mi compañera me mira extrañada y me dice que ese sonido es el de urgencia. Alguien a lo mejor se cayó, o está enfermo y necesita ayuda.

Continuamos la mañana, levantando, lavando, vistiendo. Luego es nuestro recreo. Nos cuentan que el timbre de urgencia fue porque la escolar, cuando estaban lavando a un residente, se desmayó. Todas se cagan de la risa y hacen comentarios. Habrá que esperar si mañana la pobre chica reaparece.

Continúa la mañana, subiendo y bajando escaleras, corriendo y contestando los timbres de llamado. Algunos quieren ir al baño. Otros quieren que les ordenes la pieza, les traigas un café. Otros simplemente piden compañía y te hacen preguntas. Pero no hay tiempo. Así que hay que disculparse y seguir atendiendo a los demás. Hay que tener paciencia y hay que limpiar traseros. Bañar algunos en la tina, otros con paños mojados.

A la hora de almuerzo hay que alimentar a los que no pueden comer. Una colega polaca, me enseña cómo. Ella le hace cariño a Muriel en la mano, mientras ésta trata de tragar un poco de alimento. Ella me cuenta que Muriel era muy gorda cuando llegó. Yo sólo veo huesos. Cuesta imaginárselo. Así como cuesta imaginar que todos los residentes alguna vez bailaron, corrieron, trabajaron, se rieron, tal vez pelearon en la Guerra. Me cuentan que una de las residentes fue una de las primeras azafatas. Otra escaló las más altas montañas del mundo. Muchos de los hombres estuvieron en la Guerra. De verdad que cuesta imaginarlo.