jueves, agosto 10, 2006

Día Uno

No soy enfermera, nunca he trabajado en el área de la salud. Pero hoy es mi primer día como auxiliar de enfermera en el hogar de ancianos.

Llegué a las 8 de la mañana. Nos leyó el informe la encargada del turno de la noche anterior al equipo entrante. No entendí mucho, sólo recuerdo que un residente tiene diabetes y que en la noche se lo vomitó todo. Tienen que llamar al “Handyman” para que lave la alfombra. No pude retener más información en mi cabeza a esa hora.

Cuando todos se levantaron para empezar la jornada, yo no tenía uniforme. Me pasaron uno de color celeste claro que poco menos llegaba hasta el suelo. Todas usan uniforme celeste oscuro con cinturón. La enfermera usa uniforme azul. La gente de la cocina azul marino.

Se empieza el día llevando los desayunos. Las bandejas hay que recogerlas y cada una tiene un número correspondiente a la pieza. 26 piezas, pero no existe la habitación 13. Según lo que me dicen, nadie quiere ir a un asilo de ancianos y tener que vivir en la pieza 13, así que prefieren saltarse el número de la mala suerte.

Después de llevar desayunos, me encargaron a una auxiliar quien me mostraría la rutina. Justo en ese minuto, llega una escolar que viene a pasar una semana aquí. Esa es la política educacional, todos los estudiantes tienen que elegir un lugar de trabajo para que se hagan una idea de qué se trata. Algo relacionado con su vocación. A la escolar la encargan a otra auxiliar.

Partimos en la pieza 19. Margaret tiene Parkinson y tirita entera. Para los que están familiarizados con el Chavo del Ocho, parecía que tuviera una chiripiolca. Se le elige la ropa, se le trata de hablar de cualquier cosa, pero Margaret está desorientada. Es dócil y se deja vestir y lavar sin problemas. Pero se nota que está sufriendo. A cada rato pide su pastilla. Mi compañera le dice que a las 9 va a venir la enfermera con su dosis de la mañana.

Suena un timbre, bastante persistente. Mi compañera me mira extrañada y me dice que ese sonido es el de urgencia. Alguien a lo mejor se cayó, o está enfermo y necesita ayuda.

Continuamos la mañana, levantando, lavando, vistiendo. Luego es nuestro recreo. Nos cuentan que el timbre de urgencia fue porque la escolar, cuando estaban lavando a un residente, se desmayó. Todas se cagan de la risa y hacen comentarios. Habrá que esperar si mañana la pobre chica reaparece.

Continúa la mañana, subiendo y bajando escaleras, corriendo y contestando los timbres de llamado. Algunos quieren ir al baño. Otros quieren que les ordenes la pieza, les traigas un café. Otros simplemente piden compañía y te hacen preguntas. Pero no hay tiempo. Así que hay que disculparse y seguir atendiendo a los demás. Hay que tener paciencia y hay que limpiar traseros. Bañar algunos en la tina, otros con paños mojados.

A la hora de almuerzo hay que alimentar a los que no pueden comer. Una colega polaca, me enseña cómo. Ella le hace cariño a Muriel en la mano, mientras ésta trata de tragar un poco de alimento. Ella me cuenta que Muriel era muy gorda cuando llegó. Yo sólo veo huesos. Cuesta imaginárselo. Así como cuesta imaginar que todos los residentes alguna vez bailaron, corrieron, trabajaron, se rieron, tal vez pelearon en la Guerra. Me cuentan que una de las residentes fue una de las primeras azafatas. Otra escaló las más altas montañas del mundo. Muchos de los hombres estuvieron en la Guerra. De verdad que cuesta imaginarlo.

1 Comments:

Blogger Bruburundu Gurusmundu said...

Reitero mis felicitaciones a la cronista. ("Cuesta imaginárselo". Cuesta imaginar que te refieres al asunto que comentas y no a la mujer).
B. B.

8:40 p.m.  

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